domingo, 26 de septiembre de 2010

La Templanza



Rafael Osío Cabrices--osiocabrices@hotmail.com

No es una palabra que usemos mucho, que estemos manoseando en nuestro vocabulario común contemporáneo. Parece de otros tiempos, de tiempos más estrictos y conservadores, de épocas en las que a todos se nos derramaban determinados valores y patrones de conducta que debíamos seguir dentro de cierta homogeneidad social. Templanza suena a fragua de acero, a disciplina, y para los desinformados, incluso a terquedad. Pero esta vieja virtud que la palabra designa puede hacernos mucho bien a los venezolanos de hoy, sometidos a momentos tan difíciles y exigentes.

Los ejemplos de casos en los que la templanza puede venir a nuestro auxilio no de otro sitio que desde el fondo de nosotros mismos son abundantísimos. La templanza está ligada a eso que sí nombramos mucho, la tolerancia, que a diferencia de la convivencia suena a la necesidad de calarse a los demás, aunque no nos gusten. Bueno, mientras aprendemos a conocer a los demás y a respetar y apreciar lo bueno que tienen, bien podemos desarrollar el temple para no insultarlos, no agredirlos, para no echar más leña al fuego de nuestra violencia nacional, verbal y física. Tener templanza significa contar con la fuerza necesaria para retener la injuria y contar hasta diez, para levantar el canto de la mano de la corneta del carro. Implica también poder calmarse lo suficiente para reclamar las cosas del modo adecuado, intentando crear una conversación donde usualmente se crea una pelea.

La templanza puede hacernos fuertes para evitar la tentación de sumarse a la histeria colectiva, tanto en la contención del impulso agresivo como en la conducción hacia la reflexión verdadera, hacia un intento útil de entender lo que pasa en vez de simplemente indignarse. Hay que tener templanza para leer la prensa, para ver el noticiero: no se trata de curarse de espanto, sino de ir más allá de la emoción, de permitirse el esfuerzo intelectual de ver los motivos del otro, de recordar, de poner en contexto.

Es una virtud que sirve para llevarse un poco mejor con los demás y con el entorno, pero también para llevarse un poco mejor con uno mismo. Hay que tener templanza para usar muy bien el dinero con esta inflación, para recordar las prioridades de nuestro presupuesto y para usar el tiempo libre de la mejor manera. Hay que tenerla, sobre todo, para crear en lo íntimo un refugio de las hostilidades del exterior, para ayudar a los seres queridos a sobrellevar la vida aquí, para no olvidar nunca el humor, la atención a quienes nos rodean, las razones por las que uno se levanta cada mañana a echarle pichón a esto.

Me parece que cuando la época no nos brinda todas las respuestas, o el entorno se vuelve demasiado escaso, hay que buscar en donde sea y rescatar lo que haya que rescatar para salir adelante ante nuevos y más agobiantes obstáculos. Me parece que no está de más desempolvar antiguos valores como la templanza, modernizarlos, usarlos a nuestro favor. Creo que algo como eso nos puede ser de mucha ayuda en la cola del banco, en una discusión con la pareja, en el simple hecho diario de transitar por la ciudad. La templanza no tiene nada que ver con el miedo, pero sí con la prudencia. No es equivalente de rigidez, sino de fortaleza.

Es producto de la reflexión, de estar claros sobre lo que realmente nos importa. Se construye, se entrena, como un músculo del espíritu. Un músculo que necesitamos para apartar del camino las tantas cosas que tenemos en contra, fuera y dentro de nosotros.

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